lunes, 12 de diciembre de 2011

Todos somos creyentes.

A la espera con una sonrisa, besos en la recámara y un guión meditado y premeditado. 
Tú me dirías "¿Qué tal?" y yo respondería "Ahora que estás aquí, bien."
Entonces te vi entre la niebla de gente, miraste, y con una lejana sonrisa me acariciaste por dentro.
Estrechando la distancia paso a paso, paso a paso más cerca mi infarto por taquicardia.
No me quedaban dedos para pellizcarme, esta vez estabas ahí.
Cuando mis gestos de tonto ya no podía disimularse, empujado por el ron, me dirigí hacia ti.
Acalorado por estar cerca de un sol, rezando a esta nueva diosa, esperando ser perfecto, para alguien ideal, desarrollé una compleja frase la cual podría ser registrada en los anales de la seducción: "Hola...".
A lo que tú respondiste: "Ho-hola...".
Tus manos temblaban y luchaban por sujetar la que sería tu última copa aquella noche. 
En ese momento me di cuenta de que entre nosotros no había dioses, sólo creyentes.
Dije: "¿Qué tal?", ella respondió: "Ahora que estás aquí, bien".
Entonces la besé...

puesta de sol en la playa

Lo que sucedió después lo dejo para la intimidad de nuestras calientes montañas nevadas.